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Reflexión

Gerardo Arguello
Gerardo Arguello

En el libro de Éxodo se narra cómo el pueblo de Israel fue sacado de Egipto con mano poderosa y grandes maravillas. Dios los liberó de la esclavitud de los egipcios y les mostró Su gloria en medio del desierto: les dio agua de la roca, maná del cielo, una nube que los cubría de día y fuego que los guiaba de noche. Incluso sus vestidos y calzado no se desgastaron en cuarenta años. Sin embargo, y a pesar de todo esto, el corazón del pueblo no se apartó de las costumbres de Egipto. Aunque veían las maravillas de Dios, seguían quejándose y murmurando contra Él.


Jesús nos advierte en Lucas 9:62: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.”


Israel había sido esclavo en Egipto, pero aunque Dios los sacó con mano poderosa, sus corazones seguían atados al mundo. Aún miraban hacia atrás, recordando “las ollas de carne y el pan de Egipto” (Éxodo 16:3). Preferían la seguridad de la esclavitud antes que confiar en la libertad que Dios les ofrecía.


Algo similar sucedió con Esaú: menospreció su primogenitura y la vendió por un plato de comida (Génesis 25:27-34). Para él, el derecho que Dios le había dado no tenía valor; lo único que le importaba era satisfacer su necesidad momentánea.


Y en Génesis 47:19, vemos otra escena donde, por no morir de hambre, hombres y tierras fueron entregados a Faraón a cambio de pan: “Cómpranos a nosotros y a nuestras tierras por pan… y seremos siervos de Faraón.”


La lección es clara: el hombre, por “salvar su vida” en lo terrenal, puede ser capaz de entregar lo eterno. Puede llegar a dejar de lado al Creador, Aquel que nos da aliento cada mañana y que, aun sin merecerlo, entregó Su vida para darnos vida eterna.


La Biblia nos recuerda que “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). Y Jesús afirmó: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25).

No pongamos en riesgo lo eterno por lo pasajero. No cambiemos la herencia que Dios nos ha dado por un “plato de lentejas” moderno: una comodidad, un placer temporal, o una aparente seguridad. Sigamos adelante, con la mirada puesta en Cristo, sin volver atrás. Porque lo que Él nos ofrece es infinitamente más valioso que cualquier cosa que el mundo pueda dar.

 
 
 

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