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Actitud y Carácter en una pandemia


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La diferencia entre la Iglesia Primitiva (Éfeso y Esmirna) y la Iglesia actual (Laodicea) no está en el mensaje, porque el Evangelio es el mismo. Cristo no ha cambiado, ni Su Palabra ha perdido poder. La diferencia está en la actitud y el carácter con que cada generación responde a las circunstancias que enfrenta.


Durante la pandemia de 2019 a 2023, la Iglesia —junto con el mundo entero— fue llamada a resguardarse, a protegerse, a evitar el contacto. Fue una reacción prudente, humana y necesaria para salvar vidas. Pero al mismo tiempo fue una prueba espiritual que dejó al descubierto el estado del corazón de muchos creyentes. Algunos se fortalecieron en la fe; otros se apagaron en la comodidad. El distanciamiento físico se convirtió, en algunos casos, en distanciamiento espiritual.


La Peste Antonina -años 165 a 180- Imperio Romano


En el año 165, durante el reinado de Marco Aurelio, el Imperio Romano fue azotado por una de las peores pandemias de la Antigüedad: la Peste Antonina. Los historiadores calculan que murieron más de 5 millones de personas, esto es mas del 10% de la población del imperio en ese tiempo, principalmente soldados, comerciantes, también familias enteras.


Roma se llenó de cadáveres, y las ciudades se convirtieron en focos de miedo. Los médicos no sabían qué hacer, los sacerdotes paganos huyeron de los templos, y muchos abandonaron a sus propios familiares enfermos para salvarse.


Pero los cristianos —una comunidad pequeña, despreciada y perseguida— reaccionaron de otra manera. Mientras el mundo huía, ellos se quedaban. Mientras otros se protegían, ellos servían. Cuidaban a los enfermos, alimentaban a los débiles y daban sepultura a los muertos, incluso a los paganos que los habían despreciado.


El obispo Dionisio de Alejandría escribió:

“Los paganos huían de los enfermos, arrojaban a los moribundos a las calles. Pero los cristianos, movidos por un amor sin egoísmo, cuidaban de todos, y muchos murieron contagiados, sellando su testimonio con su propia vida”.

Ese espíritu de entrega y valentía no nació de la emoción del momento. Nació del carácter forjado en Cristo.Su actitud era visible, pero su raíz estaba en lo invisible: en la convicción de que la vida no termina en la muerte, y que servir al prójimo es servir al Señor.


Actitud: el reflejo momentáneo.


La actitud es la respuesta inmediata ante lo que ocurre. Es el rostro de lo que hay dentro del alma. Puede ser valiente o temerosa, generosa o egoísta. La actitud cambia con las circunstancias: un día puede ser firme, y al siguiente, frágil. Por eso la actitud es importante, pero no suficiente.


En la pandemia reciente, 2019-2023, muchos creyentes mostraron buena actitud: ayudaron, compartieron, oraron. Pero la actitud, sin un carácter sólido, se agota con el cansancio o el miedo. Y ahí es donde se revela la diferencia.


Carácter: la raíz que sostiene.


El carácter es lo que permanece cuando todo lo demás se mueve. No se forma en un día, sino en el trato continuo con Dios. Es el fruto de la obediencia constante, de la fe probada, del amor ejercitado incluso cuando no hay aplausos.


El carácter de los primeros cristianos fue probado en el fuego literal de la persecución y de la peste. Ellos no tenían templos majestuosos ni transmisiones en línea, pero tenían una fe viva, una esperanza firme y un amor que no temía al dolor.


El Espíritu Santo formaba en ellos el carácter de Cristo: humilde, obediente, compasivo y dispuesto a morir por otros. Por eso, cuando vino la peste, no cambiaron su conducta. No actuaron desde el pánico, sino desde el amor. Su fe no era teoría; era vida encarnada.


La lección para la Iglesia de hoy


Laodicea, figura profética de la Iglesia final, es descrita como tibia: ni fría ni caliente (Apocalipsis 3:15).Tiene recursos, conocimiento y programas, pero carece de fuego interior. Y ese fuego no se reaviva con eventos ni emociones, sino con carácter espiritual restaurado.


Hoy, después de haber pasado por una pandemia moderna, el Espíritu Santo sigue llamando a Su pueblo a revisar el corazón: ¿Nuestra fe se volvió frágil o se fortaleció? ¿Nuestra comunión se enfrió o creció en intimidad con Dios? ¿Nuestra actitud reveló un carácter firme o uno moldeado por la conveniencia?


El Señor desea una Iglesia con actitud obediente y carácter inquebrantable. No que huya del dolor, sino que sirva con compasión. No que se defienda del mundo, sino que lo alumbre con esperanza. No que se encierre, sino que se entregue.


Conclusión: el mismo Evangelio, diferentes corazones.


El Evangelio no ha cambiado. El poder de Cristo sigue siendo el mismo. Lo que debe cambiar es el carácter de los suyos.


La actitud es el rostro visible de la fe; el carácter es su columna invisible. Cuando ambos se unen, la Iglesia vuelve a ser luz en medio de la oscuridad.


Así fue en tiempos Éfeso y en Esmirna, con los primeros cristianos. Así puede ser hoy, con los cristianos actuales.


Que el mundo vea en nosotros no solo palabras, sino hechos; no solo doctrina, sino vida; no solo actitud momentánea, sino carácter eterno, formado a la imagen de Cristo, quien, por su infinita Gracias, nos rescató de las Tinieblas y nos trajo a salvación eterna.


Y todo esto sea... Para la Gloria de Dios


Víctor Manuel García O.



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